Era
un día normal y la abuela decidió ir al cementerio llevando a su menor nieta.
Ella criaba a la niña junto con su esposo.
Cerca
de una de las tumbas, la niña encontró una muñeca olvidada. Le gustó mucho y la
recogió al instante para mostrársela a su abuela.
La
abuela le dijo que era probable que la muñeca fuera de alguna otra niña a la
cual se le debió haber caído. Así que miraron por todos lados para ver si
encontraban a alguien que reclamara la muñeca. En realidad a la abuela no le
hacía muchas gracias que su nieta se quedara con esa muñeca de extraña
procedencia pero como no encontraron a ninguna dueña para la muñeca, la niña se
apropió de ella y se la llevó a su casa.
Los
primeros días con la ilusión de su muñeca nueva, la niña hablaba sola en su
cuarto y jugaba. La abuela escuchaba como la niña jugaba en su habitación.
Pero
poco a poco la niña fue volviéndose respondona y malcriada e incluso empezó a
dejar de comer.
Cuando
la abuelita le preguntaba porque no quería comer ella contestaba que la muñeca
no quería que comiera y que a la muñeca no le gustaba que sea buena.
Ella
decía que si no hacía lo que la muñeca le decía, la muñeca le pegaría.
La
abuela obviamente le comenzó a decir al principio que dejara de jugar y que
comiera porque las muñecas no hablaban pero la nieta seguía diciendo con toda
seguridad que ella si hablaba con su muñeca.
Cuando
las cosas llegaron a un estado crítico, la abuela preocupada escuchó unos
gritos de la niña. Escuchó golpes y que la niña lloraba en su habitación.
La
abuela fue acorriendo a ver lo que sucedía y cuando abrió la puerta del cuarto
se dió con una sorpresa. La niña estaba sobre las piernas de la muñeca y ésta
le estaba dando nalgadas e insultando.
La
muñeca tenía los ojos iluminados de una luz verde y con odio le pegaba a la
niña.
La
abuela intentó salvar a su nieta, pero la muñeca era muy fuerte y empezó a
jalarla de los cabellos. La anciana llamó a su esposo para que la ayudara y
entre los dos arrancaron de los brazos de la muñeca a la niña. La muñeca se
escapó corriendo por la ventana dejando dentro de la habitación uno de sus
zapatos.
Durante
la noche, los perros ladraban y varios vecinos vieron que una figura pequeña
rondaba los jardines.
A
la mañana siguiente los perros amanecieron muertos, como si alguien con un puño
pequeño los hubiesen dado mil golpes hasta matarlos.
Todas
las noches sucedía algo extraño; así que la abuela decidió consultar con un
párroco y éste fue a bendecir la casa y les pidió a la niña y a la abuela que
fueran juntas a dejar el zapatito de la muñeca al cementerio donde lo habían
encontrado.
Ellas
hicieron lo que les dijo el padre y desde ese entonces la muñeca no ha
aparecido más.
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